jueves, 31 de enero de 2013

Revolucionaria - Revolutionary Girl


La ciudad estaba en todo su apogeo. Había amanecido con la buena noticia sobre el nuevo retoño del soberano. Las calles estaban plagadas de banderines con el emblema real y el tiempo acompañaba resplandeciendo para dar la bienvenida al miembro familiar.

Incluso los vendedores de los puestos se habían vestido con sus mejores galas y gorjeaban sus precios y productos mientras corrían la buenísima noticia. Los niños corrían cantando rimas e imaginando a aquel nuevo niño en la ciudad. Hasta la guardia real estaba hinchada de orgullo por proteger a aquella criatura.

Una niña de cabellos llameantes miraba aquel espectáculo desde lo alto de los tejados. Oía la música que subía de las callejuelas empedradas mientras jugueteaba ensimismada con el hilo de su manga derecha. Era un gran día para todos sin duda. Se encontraba expectante a los eventos que sucederían a continuación.

Todo estaba preparado para dar la buenísima bienvenida a aquel bebé, amado por unos y no tanto por otros. La pequeña escuchó los planes la noche anterior, a la luz de la chimenea. Los adultos estaban más inquietos que de costumbre y por los barrios bajos se corría la voz de cosas desagradable que se avecinaban. Fue entonces cuando su padre la hizo partícipe del plan.

Las campanadas ascendieron por encima de la música de la ciudad dando el pistoletazo de salida. La pequeña se levantó y con un salto felino fue pasando de un tejado a otro. Se deslizaba como una sombra con su melena roja como el sol llameando a sus espaldas.

Saltó una calle a través de dos tejados algo más alejados de lo normal y continuó su camino hacia el edificio más alto de la ciudad, donde empezaría el gran evento.

Se deslizó por una tubería y se internó entre el grupo de personas que iba en su misma dirección. Nadie hacía caso de aquella niña inocente que desaparecía entre los recodos y vestía con harapos.

Al fin llegó a la gran plaza que gobernaba aquella ciudad y empezó a atisbar entre los cuerpos de los transeúntes buscando una buena vista para observar. Escogió una farola y en cuanto la alcanzó, escaló hasta posarse en uno de los brazos. Desde allí tenía una buena perspectiva de la salida del palacio y parte del camino que tendría que hacer la familia para presentar a su nuevo retoño.

Las puertas se abrieron y una comitiva de soldados descendió las escaleras de mármol blanco. Empezaba el plan.

La pequeña siguió con la mirada a aquellos soldados vestidos de armadura roja reluciente y sus lanzas que reflejaban la luz del sol. Era un espectáculo digno de verse, pero lo que más le interesaba era los que venían detrás.

Un grupo de cinco personas emergió del edificio y la gente se exaltó pegando gritos de alegría y silbidos. Seguro que los habían sobornado el día anterior, pensó la chica mientras miraba con auténtico odio a aquella familia que había traído la decadencia al país.

Hizo un gesto asqueado al ver sus mejores vestimentas y saludaban a los habitantes. La mujer sostenía entre sus brazos una manta con un bultito dentro y era escoltada por un hombre con dos niños a su espalda.
Unos pensamientos horrendos se apoderaron de la mente de la niña mientras lo veía acercarse. Se merecían estar lapidados después llevar a la ruina al país. Sus sonrisas para los espectadores era una podrida mentira, pero la gente se dejaba engañar por sus ademanes elegantes. En cambio, la niña enardeció más mientras el ruido iba en aumento conforme se acercaba aquel grupo.

Solo tendría una oportunidad y una escapatoria posible, pero no pensaba perderse parte de su espectáculo de la cual era protagonista. Cuando quedaba poca distancia entre la familia y ella, descendió como un mono la farola y avanzó entre la gente que se interponía en su camino.

Estaba a cuatro metros escasos de distancia entre los soldados y la familia, cuando sacó de su bolsillo un pequeño bote con una anilla. Se la quitó y levantó el brazo para hacer un buen lanzamiento. Aquella cosa se estrelló justo delante de la familia y el humo emergió como una sombra terrorífica. La alegría se convirtió en pánico y las canciones se transformaron en gritos angustiados.

Aquella era la señal del inicio del caos. La pequeña salió disparada camuflándose entre el gentío asustado y buscó un lugar donde ver el resto del espectáculo. Se internó entre las callejuelas y volvió a salir a la plaza donde la gente todavía salía despavorida. Más humo se había adueñado de la plaza central y las llamaradas empezaban a comerse la base del palacio.
La gente corría de un lado para otro, mientras la chica pasaba por su lado con toda la tranquilidad del mundo. La plaza era un caos total y allá donde mirara veía llamas y humo por partes iguales. Una sonrisa sorprendida ante lo que se derramaba a su vista se apoderó de ella.

Su padre era un genio y con aquello se había coronado en el pedestal de su hija. Lo buscó entre la multitud que corría gritando como animales y mientras hacía aquello, sintió un cosquilleo en la nuca.

Se volvió lentamente y miró a aquel que la miraba fijamente. Se trataba del hijo mayor de los soberanos. Sus ropas antes inmaculadas, estaban llenas de podredumbre y su pelo peinado a la perfección, lo tenía desordenado. La miraba con una mezcla de sorpresa y algo más que la pequeña no supo identificar.

-¡Eloy! – emergió una voz angustiada entre el humo y las sombras. Pero el chico no se movió ni un milímetro mientras miraba con fijeza a la niña. Grabó su imagen a fuego en su mente, allí de pie, con porte orgulloso y su melena llameante moviéndose mientras el horror y el caos la rodeaban. Una criatura del averno que había irrumpido en su vida para adueñarse de ella.

Un soldado rojo como la sangre, salió de aquella oscuridad y agarró al muchacho del brazo. Entonces vio cómo la mirada de orgullo de la niña se convertía una oscura promesa y salía disparada hacia el tumulto.

Mientras era arrastrado por aquel guardia real, el muchacho siguió mirando por donde la chica de pelo llameante había desaparecido. Cuando al fin se reunió con su familia escoltada por sus leales guardias, se hizo una promesa: nunca olvidaría aquella niña revolucionaria.

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